Estados Unidos: encrucijada fiscal y crisis del dólar

Por: Jorge Chávez Álvarez CEO de MAXIMIXE
09/06/2025
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La economía estadounidense, otrora pilar de la estabilidad global, ha devenido en foco de una espiral de incertidumbre geoeconómica por sus crecientes vulnerabilidades fiscales exacerbadas por la política económica errática del segundo mandato de Donald Trump. El fuerte impulso al gasto y a los recortes tributarios sin aumentos compensatorios de ingresos, ha ahondado una trayectoria de sobreendeudamiento preocupante. Cuadro agravado por una política arancelaria discrecional y arbitraria que augura shocks inflacionarios y arroja sombras sobre la competitividad de las cadenas de suministro, el valor del dólar y la confianza en los instrumentos de deuda de Estados Unidos como activos de refugio. Las decisiones fiscales y monetarias que tome Estados Unidos en este contexto volátil podrían tener profundas y duraderas consecuencias. Están en juego su hegemonía, la del dólar como reserva de valor y la de los bonos del Tesoro como activo de refugio a escala global.

Deuda Pública en Espiral: Una Senda Insostenible

La magnitud del desafío fiscal estadounidense queda patente en los análisis de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos (CBO). El Fiscal Monitor del FMI (abril de 2025) advierte que, de continuar las políticas actuales, la deuda bruta del gobierno general de Estados Unidos escalaría del 122,3% del PBI en 2023 al 127,8% en 2026, para alcanzar un alarmante 166% hacia 2054. Por su parte, la CBO —que emplea una métrica más acotada de deuda federal neta (excluyendo pasivos de gobiernos subnacionales y ciertos activos financieros federales)— proyecta en su escenario base un aumento de la deuda desde aproximadamente el 97% del PBI en 2023 hasta el 166% en 2054, incluso asumiendo la vigencia de la ley actual sin cambios. Esta trayectoria coloca al país, según observadores, en una senda fiscal claramente insostenible.

Cabe notar que las proyecciones de la CBO, a pesar de utilizar algunos supuestos benignos, resultan aún más pesimistas que las del FMI a largo plazo. Ello porque incorpora plenamente el impacto del envejecimiento poblacional y del creciente costo de los intereses sobre la deuda acumulada, asumiendo además la continuidad de ciertas políticas fiscales expansivas. De hecho, extrapolando las estimaciones de la CBO al concepto de deuda bruta del gobierno general utilizado por el FMI, la carga podría situarse entre 210% y 220% del PBI hacia mediados de siglo.

En un escenario alternativo de ‘política extendida’ —donde se asume que las rebajas tributarias de 2017 se prolongan después de 2025 y el gasto discrecional crece al ritmo del PBI nominal— la propia CBO advierte que la deuda federal neta se dispararía por encima del 230% del PBI para 2055, lo que ajustado al concepto de deuda bruta del gobierno general implicaría una carga superior al 260% del PBI; un nivel sin precedentes históricos.

La conclusión de estos análisis es inequívoca: Estados Unidos se encuentra en una senda de endeudamiento explosivo que supera incluso los picos registrados tras la Segunda Guerra Mundial o la pandemia de COVID-19. Tanto el FMI como la CBO enfatizan que serán necesarios ajustes fiscales sustanciales para corregir el rumbo. En palabras del FMI, “un ajuste fiscal significativo será requerido en el mediano plazo para colocar la deuda pública en una senda decididamente descendente”.

Definitivamente, el riesgo de niveles de deuda aún mayores ha aumentado, particularmente si se aprueba la nueva ‘Gran y Hermosa Ley’ presupuestaria impulsada por Trump en el Congreso, cuyas implicancias distributivas y macroeconómicas merecen un análisis aparte.

Riesgos de la Nueva “Gran y Hermosa Ley” Presupuestal

De aprobarse esta iniciativa se prorrogarían los recortes presupuestarios a las empresas que impulsó Trump en su primer mandato e incluya otros nuevos. Además, introduciría requisitos para acceder a programas sociales y a créditos estudiantiles; acabaría con los incentivos a inversiones que combaten el cambio climático y destinaría multimillonarios fondos a la seguridad fronteriza.

En buena cuenta, la mal llamada “Gran y Hermosa Ley Presupuestaria” promovida por Trump acentúa la regresividad fiscal al extender masivamente recortes tributarios sin financiamiento claro, beneficiando principalmente a contribuyentes de altos ingresos, grandes corporaciones, contratistas del sector defensa y grupos de presión vinculados a la industria de combustibles fósiles. En contrapartida, millones de hogares de bajos ingresos perderían acceso a Medicaid, SNAP y otros programas sociales, agravando desigualdades y tensiones sociales.

Tendría un impacto estructural sobre el ya abultado déficit fiscal, entre USD 2,4 y 5 billones en la próxima década, agudizando la presión sobre el dólar y elevando las tasas de interés exigidas para financiar los bonos del Tesoro. Sumergiría a la Fed de lleno en un régimen macroeconómico de dominancia fiscal.[1] Retroalimentaría el círculo vicioso: mayor deuda, mayor riesgo, mayor costo de financiamiento, mayor emisión inorgánica de dólares, mayor inflación. En ese entorno, se cae la percepción del dólar como reserva de valor y de los bonos del Tesoro como refugio, con primas de riesgo crecientes y menor demanda por parte de bancos centrales extranjeros. Lo que, de hecho, ya viene ocurriendo.

Bonos del Tesoro: ¿Un Activo de Refugio Confiable?

Tradicionalmente, los bonos del Tesoro de Estados Unidos han sido considerados el activo de refugio por excelencia a nivel global, especialmente en periodos de incertidumbre económica o geopolítica. Esa condición de valor seguro (‘riesgo cero’) le permitió al Tío Sam financiar sus déficits durante décadas a tasas de interés relativamente bajas. Sin embargo, la combinación actual de déficits fiscales crecientes y políticas impredecibles está minando esta confianza.

En lugar de que la volatilidad mundial incremente la demanda de bonos estadounidenses, los inversores vienen exigiendo rendimientos cada vez más altos para retener estos títulos, reflejando una prima de riesgo fiscal en ascenso, por el momento frenada por la Fed, cuyas adquisiciones netas de bonos en ciertos tramos del mercado viene creciendo últimamente para estabilizar las tasas. Esta conducta revela ya una preocupación más por la sostenibilidad de la deuda pública que por una lucha frontal contra la inflación. Ante esta anomalía acentuada, las agencias calificadoras han tenido que rebajar la nota de la deuda soberana de Estados Unidos. De aprobarse la mal llamada “Gran y Hermosa Ley Presupuestaria” de Trump, los bonos del Tesoro podrían empezar a percibirse casi como activos de un mercado emergente.

El mercado financiero ya viene internalizando un cambio de régimen. La expectativa dominante es que, bajo un patrón de déficits elevados y rumbo fiscal incierto, los rendimientos de los bonos del Tesoro tenderán al alza a largo plazo. Podrán registrarse periodos transitorios de alivio (inducidos por intervenciones de la Fed o por recesiones que reduzcan coyunturalmente las tasas de interés), pero la trayectoria de fondo apunta hacia costos de financiamiento mayores para el Tesoro, así como a una vorágine imparable de emisión de dólares para tratar de evitarlo.

Esta realidad propiciaría un aumento sostenido de la carga por intereses de la deuda, acompañado de una nueva euforia de precios de activos financieros dudosos anunciando un subsiguiente episodio de reventón de la burbuja bursátil. De hecho, la CBO proyecta que el pago de intereses alcance el 6,3% del PBI en 2054, consumiendo entonces más de un tercio de los ingresos federales; algo absolutamente insostenible. En buena cuenta, la aparente gratuidad con la que Estados Unidos se endeudó en décadas pasadas podría estar llegando a su fin.

¿Comienzo del Fin de la Hegemonía del Dólar?

La creciente fragilidad fiscal y las tensiones políticas internas desatadas por Trump dentro de Estados Unidos son el caldo de cultivo perfecto para debilitar al dólar. Un déficit fiscal crónico que apunta a superar el 10% del PBI hacia mediados de siglo, es una hoguera a la que Trump día a día le mete más leña.

Si bien un colapso abrupto de la divisa es poco probable a corto plazo, no es algo que pueda descartarse por completo. Una crisis en el mercado de bonos del Tesoro —por ejemplo, una venta masiva provocada por pérdida de confianza en la capacidad del gobierno para gestionar su deuda— o una recesión global severa podrían desatar turbulencias financieras que socaven gravemente al dólar. De hecho, ya en 2025 la moneda estadounidense mostró signos de debilidad, depreciándose cerca de un 8% frente al euro, una tendencia que podría acentuarse si no se corrigen los desequilibrios fiscales y monetarios de fondo.

La pérdida de confianza en el dólar no ocurre en el vacío, sino en medio de una transición acelerada hacia un orden geoeconómico más multipolar. Las tensiones geopolíticas recientes han catalizado la búsqueda de instrumentos financieros alternativos al dólar. La combinación de déficits gemelos persistentes (fiscal y comercial), la aplicación frecuente de sanciones financieras extraterritoriales y la politización del sistema de pagos internacional han incentivado a varios países a avanzar en la desdolarización de sus economías.

Países como China, Rusia o Irán exploran acuerdos para comerciar en monedas locales y desarrollar sistemas de pago al margen de SWIFT, con el objetivo de reducir su dependencia del dólar. Estos desarrollos sugieren que, lejos de consolidar su preeminencia, Estados Unidos podría estar debilitando uno de sus activos estratégicos más importantes: la confianza global en su moneda. Si la tendencia continúa, el podría ver erosionado su estatus de divisa de reserva mundial.

Inflación, Expectativas y Dominancia Fiscal: un dilema monetario

Déficits financiados con alta emisión de deuda, sumados a políticas arancelarias proteccionistas discrecionales y volátiles, ejercen presiones inflacionarias. Los aranceles elevan el costo de los bienes importados, mientras que un gasto deficitario en una economía cercana al pleno empleo puede recalentar la demanda interna. Si los agentes económicos comienzan a anticipar que estos shocks de precios y desequilibrios fiscales serán recurrentes, podrían ajustar al alza sus expectativas de inflación de largo plazo; fenómeno conocido como desanclaje de expectativas.

La Fed se enfrenta así a un dilema: ante un aumento persistente de la inflación esperada, el lineamiento de manual apuntaría a endurecer la política monetaria, elevando las tasas de interés para restaurar la credibilidad en la meta de inflación. Sin embargo, dado un nivel de deuda pública elevada y en aceleración, subir las tasas encarecería considerablemente el servicio de esa deuda, tensionando las arcas del Tesoro. Surge entonces el riesgo de dominancia fiscal, una situación de pérdida en la práctica de autonomía del banco central, pues todo intento de contener la inflación con alzas de tasas tornaría insostenible atender el servicio de la deuda. En tal situación la Fed se vería presionada a tolerar una inflación más alta de lo deseable o a mantener las tasas artificialmente bajas, priorizando la estabilidad fiscal sobre la estabilidad de precios.

A pesar de estos riesgos, la Fed ha demostrado en el período reciente (2022-2023) su determinación por combatir brotes inflacionarios incluso mediante agresivas subidas de tasas, a pesar de la elevada deuda pública. Por ahora, es previsible que la autoridad monetaria intente preservar su reputación antiinflacionaria. Esto podría traducirse en tasas de interés reales (ajustadas por inflación) más elevadas que las de la década de 2010. Por ejemplo, si la inflación esperada a 10 años se sitúa en torno a 2,5% anual y los bonos del Tesoro a largo plazo rinden un 5%, la tasa real sería del 2,5%, un contraste marcado frente a los rendimientos reales cercanos a cero o negativos que prevalecieron durante buena parte de los años posteriores a la crisis financiera global. En buena cuenta, la era de dinero barato podría haber quedado atrás, encareciendo tanto el crédito al sector privado como el costo de refinanciar la deuda gubernamental.

La Tentación de ‘Licuar’ la Deuda con Inflación

Cuando la deuda pública alcanza niveles que amenazan con volverse inmanejables, la historia muestra que los gobiernos a veces sucumben a la tentación de licuar su valor real mediante inflación. En un escenario extremo en que la deuda federal estadounidense sobrepasara con creces el 150% del PBI y el pago de intereses absorbiera una porción desmedida del presupuesto, aumentaría la tentación política de aliviar el peso de la deuda a través de una inflación más alta o de mantener las tasas de interés por debajo de la inflación (lo que equivale a una forma de represión financiera). Este tipo de salida, si bien reduciría el valor real de la deuda, tendría costos elevadísimos: erosión del poder adquisitivo de los hogares, distorsiones en la asignación de capital y pérdida de credibilidad institucional, entre otros.

No se trata, por el momento, del escenario base para Estados Unidos. La expectativa predominante es más bien un ajuste gradual vía políticas fiscales y monetarias ortodoxas que logren estabilizar la deuda sin desatar una espiral inflacionaria. Con todo, si no se acometen las reformas fiscales estructurales necesarias y la deuda continúa escalando, no puede descartarse del todo la presión por recurrir a mecanismos inflacionarios en el largo plazo. La mera existencia de esta eventual ‘salida’ tan nociva podría influir en las expectativas actuales de los acreedores, quienes exigirían ex ante mayores primas de riesgo al prestar, alimentando así un círculo vicioso de costos financieros crecientes.

Sin Margen de Error: Hora de Decisiones Difíciles

Estados Unidos afronta una delicada encrucijada fiscal de profundas implicaciones. Enfrentado a la paradoja de su propio poder, debe elegir entre persistir en una inercia peligrosa o reconstruir con determinación la base fiscal de su liderazgo global. De esa elección dependerá no solo su prosperidad interna, sino también el equilibrio geoeconómico del siglo XXI.

La política fiscal estadounidense ha dejado de ser un asunto meramente doméstico: sus efectos se proyectan sobre las tasas de interés globales, los flujos de capital, las decisiones de cartera de los bancos centrales e incluso la arquitectura financiera internacional. La trayectoria de su deuda pública no solo amenaza la estabilidad económica doméstica a largo plazo, sino que pone en entredicho la solidez de sus activos financieros, la fortaleza de su moneda y su capacidad para mantener la inflación a raya.

Ante las políticas fiscales expansivas de los últimos años y la errática política económica instaurada por Trump, el margen de maniobra de la Fed se ha reducido drásticamente, reflejándose en una creciente proporción de su balance destinado a absorber deuda pública. Sin un ajuste fiscal drástico y creíble junto a una política monetaria consistente, la crisis de confianza en los mercados de bonos y el debilitamiento del dólar podrían incubar una estanflación prolongada.

En este contexto, cualquier banco central prudente y sensato tendría que rehuir a la inercia de mantener una elevada proporción de sus reservas internacionales en activos denominados en dólares. Esto incluye, por supuesto, al Banco Central de Reserva del Perú, que actualmente mantiene una posición de cambio con una exposición cercana al 90% en activos denominados en dólares. En un contexto de transición hacia un orden financiero más multipolar, una estrategia de diversificación progresiva parece no solo recomendable, sino urgente. Le urge diversificar su portafolio por monedas y con posiciones en oro, para paliar el riesgo de tasas y de exposición al riesgo cambiario, dentro del marco de un balance sano entre seguridad y diversificación.

En palabras de la propia CBO refiriéndose a Estados Unidos, “la nación se encuentra en una senda fiscal insostenible” si persiste el desajuste estructural entre sus compromisos de gasto y sus ingresos. El camino hacia la restauración de la solidez fiscal gringa será complejo y exigirá decisiones políticas difíciles, pero ineludibles, si se quiere salvaguardar la resiliencia de la economía estadounidense y apostar por una estrategia sólida y realista para “hacer grande otra vez a Estados Unidos”. Mientras no se vislumbre este cambio de rumbo, hay que huir del dólar.


[1] Dominancia fiscal es un régimen de la política fiscal en el que la autonomía de la política monetaria queda restringida en la práctica. El banco central ya no actúa con independencia para controlar la inflación, sino que se vea forzado a comprar crecientes cantidades de bonos del Tesoro para evitar encarecer el servicio de la deuda.